CURIOSIDADES


Con los ojos de Martha

Cierto es que si comenzamos a buscar referentes culturales que no debieran estar en la lista de huracanes, ésta sería bastante corta, pero hay nombres propios que deben ser mejor analizados al no implicar tan sólo la nominación de una persona. Tal es el caso de Paloma.

No se trata únicamente de una familia de aves con 309 especies y 49 géneros distribuidos por todo el mundo —excepto en el Ártico y la Antártida—, cuyo fósil más antiguo conocido abarca 30 millones de años. Tampoco, de su extraordinario sentido de orientación sobre vastos espacios gracias a su sensibilidad al campo magnético de la Tierra, a los patrones de luz ultravioleta y a la luz polarizada, ni que la Colombofilia sea muy popular sobre todo desde el siglo XIX —aunque ya los egipcios las habían domesticado hace 5000 años y los griegos enviaban con ellas mensajes durante los juegos olímpicos.

Sería preferible recordar a Martha, última de las palomas migratorias, muerta en el Zoológico de Cincinnati en 1914 por la caza desmedida y la destrucción de su hábitat, paralelo al ferrocarril del Oeste norteamericano. Irónicamente, cuatro años después, Guillaume Apollinaire regalaría al mundo "La paloma apuñalada y el surtidor", incluida en su poemario Caligramas, que, por supuesto, no pudo impedir la Segunda Guerra Mundial ni el recalentamiento planetario, mucho menos el antropocentrismo desmedido de una globalización que ha colocado a Internet como nuevo Ser Supremo de personas que, sintomáticamente, continúan hablando en sus idiomas históricos.

A punto estuvimos de contemplar, sobre las columnas del monumento a las víctimas del "Maine", la Paloma de la Paz realizada por Picasso, con su rama de olivo en el pico presente en la iconografía mundial desde aquel atardecer en que, según la Biblia, regresara al arca de Noé, de donde partiría sin retorno siete días después. No obstante, yo la veo, cada vez que paso por el malecón habanero, en diálogo perpetuo con el Archaeopteryx, el ave más antigua hasta ahora conocida, con sus 163 millones de años, y sé que ambas me preguntarán hasta cuándo los hombres seguirán confundiendo la esencia de los nombres.

Porque eso fue lo que me incomodó, apenas la depresión tropical adquirió categoría de tormenta. En Gran Canaria existe el poblado y la playa de Maspalomas, y Paloma es un bello nombre de mujer. Pero, con todo lo que ocasiona un huracán, ¿por qué escoger, para una fría lista nominativa de ciclones tropicales, un nombre al que se asocian tantas ideas positivas de la cultura mundial?

Símbolo del Espíritu Santo en la devoción cristiana, de la pareja en textos emblemáticos como el Cantar de los cantares y el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, la tórtola que despierta a Romeo y Julieta, la paloma perdiz tan buscada por los observadores de aves —sin olvidar el canto de la aliblanca, la rabiche—; símbolo de la paz mundial, ¿cómo pudo ser escogida para nombrar la angustia, la destrucción y la muerte que implica un huracán? Si ya ocurrió, ¿cuántos nombres de paz faltan por ser fríamente incluidos en la lista de huracanes, como irrisoriamente van desapareciendo las mayúsculas en la nueva ortografía con que cada vez más es presentada la historia mundial?

Deduzco que quienes escogen los nombres no son hispanófonos (Katrina, Gustav, Ike; no Pigeon o Dove, sino Paloma) ni lingüistas. Sin embargo, no deberían olvidar que la palabra nunca es un simple conglomerado de letras; significa etimológica y afectivamente, es el espejo cultural de mucho más que un idioma, y si hoy Paloma es nombre de huracán, no nos extrañe que mañana aparezcan otros que prefiero, por respeto, no mencionar.

De seguir así, y puesto que al centro del huracán llamamos "ojo", no nos lamentemos cuando el ojo de Horus, dialogando con la aruaca Xuracán, se pongan de acuerdo un día, en este suicidio ecológico planetario que por unos cuantos sufrimos muchos, para recordar a quienes los nombran el verdadero valor de las palabras sobre la memoria de mi paloma de vuelo popular